Haciendo caso a la cariñosa amonestación del profesor Grima, os dejo aquí unas líneas que intentan tapar las vergüenzas de Noviembre. Siempre fue pudoroso este mes, demasiado para dejarlo huérfano de entradas y de letras. Bastante ha tenido con que los vientos desnudaran árboles, patios y arriates.
Paradójicamente –o no tanto- la inactividad de este blog responde, vosotros lo sabéis, a una hiperactividad académica e intelectual, a veces insoportable, a veces motivadora, a veces ilusionante y otras … qué manía con definirlo todo.
La actividad es actividad y punto, lo que ocurre es que, entre las muchas manías de los filólogos, está la de amontonar palabras, amontonarlas verticalmente, añadiendo adjetivos, matices y significados íntimos a aquello que queremos decir.
Y es que las palabras nos definen, tanto las palabras que decimos, como aquellas que retenemos y zumban en nuestra cabeza durante horas. Sí, ya sé que suena a tópico: el músico te dirá que somos ritmo, el cocinero que somos los que comemos, el bailarín que somos lo que nuestro cuerpo quiere que seamos … inquietante interpretación esta última para alguien de mis características … o no.
¿Verdaderamente somos moldeados, determinados por nuestro cuerpo? Ahora os parecerá una pregunta absurda, sin sentido, pero me viene bien para la siguiente entrada, que espero publicar antes del día 3 ...