Aquellas palabras que profirió uno de los protagonistas del libro más vendido de la historia – o eso dicen – cobran nueva actualidad, aunque con una vuelta de tuerca.
- Perdónales, no saben lo que hacen – dijo aquél.
QUE NO SEPAN LO QUE HACEMOS Y NOS PERDONARÁN, ese parece ser el slogan que adoptó nuestra clase política hace mucho tiempo y es cierto que hemos de alabar su coherencia en este sentido.
Hace años que el sector educativo es el menos atendido por nuestros nuestro gobiernos y, desde la centralización de esta competencia, esto se ha convertido en un desmán absurdo y sin sentido.
No voy a ser yo el que defienda un Estado centralista, ni mucho menos –otro día hablaré de mi opinión acerca de la UE- pero es cierto que cada gobierno autonómico deja a la luz sus (des)vergüenzas cada vez que se pone a legislar o tomar medidas en esta materia.
La última, la Comunidad de Madrid, de nuestra admirable señora Aguirre … admirable por donde ha llegado sin hacer alarde de ninguna virtud y por seguir paseándose alegremente sobre las cabezas de los madrileños, como los centroderechistas del PSOE se pasean sobre las espaldas de los andaluces.
En fin, dejémonos de vaguedades y maldiciones sin sentido. No es mi estilo. Parece ser que, en nombre de la austeridad, la CAM ha decido eliminar 2500 puestos docentes en Secundaria, precisamente el año en que aumentan en 16.000 los alumnos que se incorporan a las aulas. Extraño ejercicio matemático: a más alumnos, menos profesores. Pero no pasa nada, pare evitar desajustes, las horas lectivas de los docentes pasarán de 16 a 20 horas semanales –según ellós. Está bien, si la jornada mínima son 40 horas semanales y los profesores trabajan 20, no sé de qué se quejan … Que levante la mano el profesor que ha trabajado alguna semana 20 horas … “Sí, yo, una semana trabajé 20 horas … porque hicimos puente martes, miércoles y viernes”.
Reconozco que no conozco el sector educativo desde dentro. Sólo hice las prácticas del Cap y di clases el verano que acabé la universidad. Recuerdo que tenía dos alumnos que me visitaban tres veces por semana, una, y dos veces, el otro. En definitiva, unas ocho horas de clases semanales, que venían a ser unas 15 de trabajo. Buscar materiales, refrescar la memoria, tener claro qué necesita cada uno y cómo se lo vas a explicar … no es fácil, y se trataba de dos personas. Imaginaos seis clases de 25 alumnos cada una. Es complicado hacer que estos chavales aprendan.
Sí, en el aula pasas poco tiempo, pero habrá quien le sorprenda saber que las clases hay que prepararlas: captar la atención de un alumnado hiperestimulado, pero a la vez víctima de la mayor de las desidias, voluble a los estereotipos, propenso a la violencia y alérgico a cualquier tipo de encorsetamiento … cualquier profesor se lo podrá explicar entre tics nerviosos, llantos y tirones de pelos … pero al que le apetezca una explicación menos dramática le recomiendo el blog de mi amigo Pepelu Grima.
En realidad (miro a los lados y bajo la voz) a mi me gustaría ser uno de esos profesores. El problema es que también soy de las personas a las que le gusta hacer bien su trabajo, prepararse las clases, ser original, transmitir emociones, animar a ser crítico, mostrar el entorno sociocultural … 20, 24, 30 horas. En el fondo da igual, lo que es triste es que no se forme a los profesores, que haya clases masificadas, que te coman la cabeza con las TICs, el aprendizaje activo, el constructivismo y luego te evalúen en una hora con una tiza y una pizarra. Es muy desalentador.
En otros sistemas educativos, ser profesor es un honor, un puesto complicado y deseado, que sólo consiguen los mejores … aquí, es uno de los últimos escalafones sociales, gente prescindible … una pena. O un aliciente, para aquellos que tenemos vocación, tendencia, curiosidad, ilusión, como queráis llamarlo. Todo para que estos politicuchos no tergiversen y abandonen sus medias verdad o, lo que sería mejor, que los abandonemos nosotros a ellos. Pero para eso, debemos saber hacia dónde vamos, debemos saber lo que hacemos.